Son historias de superviviencia frente a la crisis. Familias enteras en paro que, como último recurso, deciden que la tierra, aunque no sea suya, sea la que les ofrezca su propia manutención
18 junio 2014 |
Lo que a vista de pájaro podrían parecer chabolas construidas de cualquier manera no son sino pequeñas casetillas habilitadas para las azadas, los rastrillos, el abono y el mantillo.
Dani es un joven desahuciado de su domicilio, al que el banco le ha aceptado la casa en dación en pago tras pagar 90.000 euros, dice que es mejor trabajar la tierra con la azada que dar golpes con la cabeza a los muros de casa. Es una filosofía que inunda a la mayor parte de las personas que componen esta particular comunidad de vecinos, casi todos procedentes de la localidad de Camas. Padre de dos hijos y amante de la naturaleza, Dani acaba de conseguir un contrato en precario con una cadena de supermercados. "A ver si le gusto al jefe y la cosa se alarga", apunta entre deseo e ironía.
La imponente Torre Pelli contrasta con la apariencia endeble de las decenas de huertos y casetas de aperos, construidos básicamente con vallas y redes de obra, maderas y otras chatarras. El premio para sus dueños, recoger el fruto. "Ahí vengo, de llevarle dos kilitos de tomate a mi madre", relata uno de estos agricultores por necesidad.